sábado, marzo 21, 2009

La Muralla (pt. 2)

Miré los ladrillos grises que sobresalían del resto. Eran como peldaños para escalar que se perdían en las alturas. Quien sabe si en verdad se podría escalar en su totalidad, ni siquiera había la seguridad de que hubiese peldaños del otro lado para poder bajar. Dos hombres llegaron hasta el muro.

- ¿Y ahora que? – dijo uno de ellos.
- Este está cerrado, vayamos por acá. – respondió el otro.
- Creo que…no, es bastante firme. Intentare subir.
- ¿de que hablas? Mira el tamaño de esta cosa, no hay ni un agujero por el cual pasar y pretendes subir.
- Subiré.
- No digas tonterías, iremos por acá. Se hace tarde
- ¿le temes a las alturas? No, tú ve por ahí. Yo intentare escalar y seguiré el camino del otro lado
- Bien, ¿y que harás si no puedes pasar?
- Te alcanzo…

Uno de ellos continuo su polvoriento andar y el otro se alisto para escalar, con un gran respiro se asió a la pared y uno a uno fue subiendo los salientes. Sentí que en el cielo se dibujaba una canción rasgada, unos azules profundos invadidos por el naranja moribundo del atardecer. El día se haría oscuro, débiles lámparas se encendían a lo lejos. Algunos paraban para descansar y otros se aventuraban a oscuras por el sendero. El frío dio dos pasos al frente y en un lento abrazo congeló el poco aliento que emanaba mi boca. Tomé de mis bolsillos una caja de fósforos y algunos papeles viejos para formar fuego con una de esas bolas de ramas secas y retorcidas entre la tierra. No sabía bien si iba a obtener calor con ello; pero al menos serviría para iluminarme.

- Así que pasaras la noche aquí. – dijo el anciano sentándose en su roca.
- No será mucho tiempo, solo es para descansar.
- ¿Y luego?

Debo admitir que no sabia que responder, no tenia en claro que debía hacer,…el camino,…la muralla,…la montaña. Siempre fui de las personas que tenían un objetivo pero improvisaban el método para conseguirlo.

- Luego... no estoy seguro. Creo que intentare subir o sino… podría intentar otra cosa para pasar.
- Entonces tu camino está tras ese muro y no como el de otros que caminan por allá ante la imposibilidad de pasar. – dio una leve sonrisa.
- No tengo trazado un trayecto exacto, solo tengo que llegar.
- ¿A dónde?
- A… el destino… algún lugar donde podamos ser plenos… descansar de tanto caminar, buscar nuestra recompensa.
- Cada hombre tiene dentro de sí lo necesario para caminar por su sendero, y cuando no hay ninguno para seguir es cuando las fuerzas en verdad se utilizan… para crear uno nuevo.

Observaba al hombre que comenzaba a subir, aforrándose a los ladrillos, subía…subía…subía. Arriba era oscuro, tal vez ni se notasen donde estaban las salientes, era una carrera sobre una pista fantasma. Recordaba, en las pequeñas flamas de la fogata, que mis pasos eran como los de aquel hombre: ciegos. Tenía una vida como la de cualquier persona, tranquila, con emociones, victorias, lágrimas, historias…y así me sentía vacío. Ese vacío que todos sienten y muchos ocultan. “Son cosas que a veces se siente y no tardan en pasar”. Lo mío es que ‘eso’ no pasaba, se quedaba ahí atascado. Y ahora estaba aquí justo por eso. Me sentía vacío desde hace mucho y estaba abrumado con la idea de que aquello no se remediaría. Desesperado recorría todo lo que tenia al alcance, intentaba cosas nuevas, rescataba cosas viejas… pero era inútil. No era todo en vano, claro; me llene de esos pequeños recuerdos que nos traen tranquilidad en bajas dosis.

Cuando la lluvia resbala en los cristales, éstas se
acumulan y forman diminutas corrientes que van perdiéndose hasta terminar en algún lugar. Tal vez un error, tal vez un acierto… terminé tomando el caso de la lluvia en la vida de las personas. Como si fuéramos esas gotas, formándonos tranquilas arriba, sin perturbaciones, y de pronto llega el caos, los choques… se origina una lluvia de seres desesperados encaminados a una caída confirmada. Agrupados, sus cuerpos se arrastran maltrechos a una infinidad de otros que también cayeron y parecen seguir un único propósito…un lejano lugar. Soy como esa gente, esas gotas y debo ir a ese lugar… mi lugar.

Nuevos planes, nuevos fracasos, intentar conseguir el repuesto o el sustituto para el vacío interno y prepararse para mas y mas intentos sin éxito. ¿Por qué? ¿Por qué me era tan difícil solucionar el maldito problema? ¿Sería el único cargándolo encima? ¿Alguien habrá podido librarse de tal tormento?

Un segundo en miles. Huellas sobre la arena borradas con cada ola. Y el mar… el mar. El mar. Eso era, el mar. Todas las gotas tarde o temprano irían a parar a los grandes dominios del mar. ¿Cómo no lo había pensado antes? Ya era abrumador. Estaba volviéndome loco, la cabeza me daba vueltas, los brazos iban en todas direcciones lanzando piedras, arena y cuanto encontraba. Furioso, alegre, desesperado. Tal vez por el ataque nervioso o por el cansancio de aquella kinesis, caí de bruces en la arena, sediento, mareado… parecían pasos acercarse. Unos golpes mudos a mi alrededor, unas voces opacas que se acercaban y volvían a alejarse… Di la vuelta, en lo que parecía una entrada en las aguas se formaba un canal, una abertura hacia unas fauces de bordes oscuros… con un interior luminoso.

Incorporándome lentamente me acerque y, para sorpresa de mis ojos, una multitud de gente se adentraba a ese pasaje monstruoso, no lo pensé mucho y me uní. Era aquel el inicio del gran camino, la puerta de salida de la vida sin sentido, el boleto para ir en busca de eso que llenada el vacío. Pasando días y días caminando y sorteando barreras había llegado hasta aquí: la muralla. Y la seguía observando. El hombre que la estuvo escalando ya se había perdido en la oscuridad de la noche.

- ¿Es seguro que alguien suba en esta oscuridad? – dije.
- Es seguro seguir un camino cuando sabes a dónde vas.
- ¿Alguien ha muerto aquí?
- Morir… habría primero que saber que significa morir. Las personas persiguen sueños, quien no tenga alguno es por que ya esta muerto.
- Entiendo.

Las respuestas del anciano no eran no que a aun viajero tranquilizarían o lo que a mi me resolvieran las dudas. Estaban llenas de una extraña y simple sabiduría, una enredadera sencilla y complicada de liberar.

- ¿Cuántos han caído desde ahí? – señale las alturas dónde se perdían los ladrillos.
- Muchos de los que intentaron subir
- Muchos no es lo mismo que todos, eso significa que pocos si pudieron pasar.
- Si y no, ya te dije, muy pocos han pasado; los que no cayeron bajaron a tiempo.
- Quiero pasar esa muralla.
- ¿Es en serio?
- Sí. – Me sentía seguro por primera vez en mucho tiempo. Alguna fuerza invisible me impulsaba a querer superar el obstáculo. La misma fuerza que ya me había traído hasta aquí.
- ¿Tu camino esta ahí atrás o es por puro capricho?
- No importa la razón, quiero hacerlo.
- Hay mucho que debes tener en cuenta.
- ¿Cómo que?
- Lo descubrirás.

El fuego empobrecía, debía alimentarlo o pasar a oscuras lo que restase de la noche. La permanencia en el camino era así de simple. No habían pueblos ni casas, solo pequeños campamentos de quienes descansaban tras horas de largo caminar. A la mañana todos continuaban o regresaban acabados por la sed, el hambre y el cansancio. Al parecer no había tiempo ni siquiera para actos de buen samaritano; hechos unas piltrafas se arrastraban los pobres que no soportaban la travesía. Nunca vi un cadáver, es lo cierto, pero si algunas bestias que podían sugerir un destino para esos cuerpos que perdían la vida a pedazos.

1 comentario:

Angela dijo...

como escribes..es algo que te engancha tan tan no se como decirlo