lunes, abril 13, 2009

La Muralla (pt. 6)

Medio sol se ocultaba en las sinuosas curvas del horizonte. Alcé el rostro. No quedaba nadie, nadie. Solo el anciano en su roca, mirando una lagartija en la tierra.

- Mírala, tan poco que comer y beber, y aun así esta viva.

Quedé callado. Me dolía todo, hasta el orgullo.

- ¿Sabes por que sigues acá? Porque no quieres ir por donde va el resto, porque sabes que debes ir tras la muralla.
- ¿Qué debo hacer, que debo hacer? ¿Cavar un túnel? ¿Lanzarme con una catapulta? ¿Poner dinamita, un taladro, golpear hasta reventarme la carne y los huesos?
- Estos animales se alimentan de cadáveres andantes. De aquellos que pierden la esperanza en todo, es su labor. Si quisieran podrían ir a otro lugar, pero no lo hacen, saben que muchos se rinden aquí y siempre habrá carne fresca.
- Son bichos conformistas, nada más. No piensan.
- Mmh... más o menos. No hacen otra cosa porque no saben nada más. – la lagartija exploraba la tierra. – tienes unas fuertes escamas.
- ¿Lle hablas a ese animalejo?
- No, te hablo a ti. Aquí solo se quedan los carroñeros y los bichos rastreros. Como no creo que comas muertos solo te queda la otra alternativa.
- ¡Caramba! Ahora me llamas reptil.
- Tú elijes. O enfrentas las adversidades y vas tras tu meta… o acostúmbrate a caminar en cuatro patas.
- He hecho todo lo posible, nada funciona.
- Muchacho, cuando llegaste te hice una pregunta y la repetí. Haz respondido bien, pero olvidas ciertas cosas.
- ¿Cuáles? Las personas seguimos nuestro camino, hacia allá vamos. No tenemos que pensar cada paso sino estaríamos estáticos haciendo cálculos en el mismo lugar.
- Eso esta bien, piensas de una manera correcta. No debes parar, pero no puedes ir a ciegas.
- ¿Qué quieres decir?
- ¿si consigues cruzar, como harás para que te dé la brújula?
- Pues… no pensé en eso.
- Entonces te la daré ahora, si no pasas me la devuelves. Sácala de la bolsa.

Abrí la bolsa y encontré varias cajas cerradas.

- ¿En cual de esas está?

- ¿Acaso no sabes donde está? Pensé que para encontrar algo se debe “buscar, buscar, buscar”. Vamos. ¿Qué esperas?
- Búrlate, verás que la encontraré.

Revise una a una las cajas, tenían cosas verdaderamente extrañas y en ningún lado se veía la brújula.

- ¿Y bien?
- Hiciste trampa, aquí no hay ninguna brújula.
- Si que la hay, ¿has buscado bien?
- Claro que sí, mira. Solo hay hiervas, engranes, tornillos, chatarra, papeles… y estas cosas que no se qué son.
- “Buscar, buscar, buscar”, seguiste el procedimiento, pasaste la brújula por tus manos y no la encontraste.
- ¿Estas cosas raras son brújulas?
- No. Eso que llamaste chatarra es la brújula… en pedazos. Buscar es solo parte del método, la otra parte es saber qué estas buscando. Si estuvieses frente a una puerta que se abre con cierto tipo de llave, pero no supieras cual es esa llave, no te serviría de gran cosa buscar y buscar.

¿Esa era la razón por la que no pase? ¿Eso es lo que me faltaba? Miles de preguntas y conclusiones explotaron en mi cabeza. El ruidote la lagartija entre los metales me sacó de la cascada de sinapsis.

- No creo que me quede a reptar contigo. – miré al anciano. – Arma la brújula, el sol esta a punto de ocultarse, la apuesta aun no la pierdo.
- Con gusto.

Vientos fríos ya soplaban barriendo mis dudas. El dolor apenas había disminuido pero estaba en pie, mirando nuevamente la muralla, con una parte de los ladrillos hecha pedazos, con el ariete abandonado a unos pasos, las sogas tiradas entre las rocas… y su gran tamaño.

- Toma, date prisa o tendrás que devolvérmela.
- No sucederá. Gracias por la ayuda. – estrechamos las manos. – Bueno, ahí voy.

Caminé hacia la muralla, listo para enfrentar de nuevo la prueba. Para subir, manteniendo la cabeza en alto…

miércoles, abril 01, 2009

La Muralla (pt. 5)


Con el transito del tiempo y la experiencia, cada persona se va conociendo mas a sí misma. Al conocerse, uno descubre sus debilidades y fortalezas, las combate, las refuerza, en fin… acomoda sus cualidades de tal forma que sean favorables. Pero hay cosas que encajan como defecto tanto como virtud. Mi posición ante un obstáculo tiene esa característica. Una mente calculadora que enfoca el problema de varios ángulos, una perspectiva que agota las posibilidades de perder… y un coraje acompañado de varios respiros profundos y agitados cuando no logro lo deseado. Por suerte el enojo no pasa de un tiempo corto y ahora me hallaba mas tranquilo, enfocando el asunto desde otra perspectiva.

- Este calor hace que la cabeza le duela a cualquiera.
- Por las noches hace frío… si no consigues pasar te refrescaras bajo el manto nocturno.
- Ja! No te daré ese placer.
- Muchacho, reflexiona lo que has hecho, estuvo bien pero dejaste algunas cosas de lado.
- La unión hizo la fuerza, destrozamos los ladrillos, sí. Si fuera todo de ladrillo ya mismo estaríamos del otro lado…pero ese maldito granito.
- “Buscar, buscar, buscar…” ¿Eso es lo necesario para encontrar verdad?
- Sí, ¿acaso hay otra cosa?
- Lo descubrirás solo, te ayudare si deseas, pero las respuestas las obtendrás tú mismo.
- Gracias.
- Descuida, no te rindas. Mantén la cabeza en alto.

“Mantén la cabeza en alto”. Primero fue un “la unión hace la fuerza” y ahora era un “mantén la cabeza en alto”. Tenía la impresión de que el anciano revelaba el método ganador de a pedazos. “Mantén la cabeza en alto.”

En alto…en lo alto solo estaba el final de muralla y las nubes que la ocultaban. Si hubo personas que lograron pasar definitivamente no fue derribando la muralla. Sólo quedaba subir. Era tan elevada la muralla que apenas despegando del suelo uno quedaba sin fuerzas. Sin fuerzas… “la unión hace la fuerza”…escalar… “mantén la cabeza en alto”.

- ¡Lo tengo!, se tiene que subir… juntos, como relevos. – fui hasta las personas que quedaban. – si aun desean cruzar tengo otro y mejor plan.
- ¿Cuál? – dijo con cierta molestia una señora delgada.
- El muro es indestructible pero se puede escalar, vean esas salientes.
- Es demasiado alto, no podremos.
- Ese es el detalle, tenemos las cuerdas y el trabajo en equipo.
- ¿Y qué se supone que haremos? ¿Atar el muro?
- No, nos ataremos entre nosotros. Miren, los mas fuertes irán arriba, jalando a los demás, cuando los primeros se cansen cambiaremos de lugar… todos escalaremos, solo que uniremos fuerzas para hacerlo mas fácil.
- ¿Eso se puede? – dijo la mujer.
- Yo he visto eso y si sirve – dijo un niño.
- ¿Lo ve? Cuando nos cansemos no caeremos, es mas seguro.
- A mi no me convence.
- Ni a mi – dijo otro.

Dos figuras se alejaron.

- Quedamos nosotros. ¿qué dicen?
- Está bien… podemos intentarlo.
- Perfecto, descansemos y buscaremos mas personas que nos ayuden.

El cielo se fue tornando naranja de un extremo, era la hora de comenzar. Atados a cuerdas por la cintura y uniendo las mismas cuerdas entre sí, empezamos a escalar. Con paso firme uno a uno dejamos metros bajo los pies. Sudor, polvo, perseverancia. Cambiamos de lugar, seguimos subiendo. Tanto por llegar al otro lado como por el miedo a caer, todos dimos lo mejor de nosotros. En poco tiempo estuvimos mucho mas arriba de donde yo había llegado, mas arriba de donde el hombre de la mañana o el de la noche anterior llegaron. Y la altura ya era escalofriante, el viento aceleraba, agitaba las cuerdas, el cabello…

- ¡No se rindan, vamos bien!
- Estoy empezando a cansarme, necesito relevo.
- Yo lo haré.

Más y más arriba. Matices rojos invadieron los dorados bordes del sol. La muralla parecía nunca acabar. Las salientes eran menos. Pronto dejamos de ser dos hileras horizontales ascendiendo para ser una mancha perdida en la grandeza gris de la muralla.

- Sigan, no debe estar lejos el borde.
- Siento calambres.
- Estoy agotada
- Solo esfuércense un poco más.

Mas no se podía, el esfuerzo era destructivo. Poco a poco perdimos velocidad y aliento. Empezaron los dolores, los desmayos. Al cabo de unos minutos pendían de las sogas cuerpos inconcientes que iban en aumento.

- ¡Esto fue demasiado lejos! ¡Es suicida!
- ¡Tenemos que bajar antes de que estemos perdidos!

Pero yo no quería, no. Era mi meta, mi camino, mi destino. Mi… Razoné. Egoísta, estaba siendo egoísta. No podía dejar que las cuatro únicas personas que aun desgarraban sus músculos, jalando a los demás, caigan y nos fuéramos todos al cuerno.

- ¡Tienes razón! No debemos arriesgarnos más.

Y el final de la muralla ni se notaba. Una derrota mas que no acababa ahí, pues ahora
debíamos bajar de tal manera que no nos desprendiésemos.

- Con cuidado, no miren abajo.
- Imposible, si no lo hacemos pisaremos el vacío y adiós.

No se como ni en cuanto tiempo lo hicimos, pero conseguimos bajar hasta donde ya se podía mirar el suelo. Sabíamos que estaba ahí, sonriéndonos con malicia, faltaba tan poco para llegar. Caímos. Rendidos, derrotados nuevamente, vivos… ¿Desastroso verdad? Pues sí, así sucedió. Apenas si pudimos respirar.

Las nubes cobrizas lentamente recorrían el cielo, como si se detuviesen para observar ese montón de carne atada que éramos. Lo recordé, lo recordé… no era fácil no hacerlo, pero esas nubes, las mismas nubes.

Corrían las siete de la mañana, dormía. El día anterior tuve una conversación con uno de mis profesores, le pedí que me concediese un plazo extra para presentarle un trabajo importante. Desde que llegue puse toda mi concentración en terminar el trabajo, apenas pude meterme algo en el estómago. Así me pasé de largo hasta la madrugada, cuando al fin pude poner el punto final y cerrar los ojos. Desperté y miré por la ventana, el cielo se veía claro. Un súbito respiro me puso de pie, vi el radio-despertador: apagado. Presioné el interruptor pero el foco no encendió, no había fluido eléctrico. Casi pego un grito al cielo por tal calamidad. Sólo el reloj de pulsera era testigo del correr del tiempo, mis manos rápidas cambiaban mis ropas y mis pies iban de un lado a otro como si en mi desesperación pudiese detener la corriente de minutos. Estaba por salir cuando note una mancha en la manga de la camisa. ¿Había tiempo para cambiarme? Dudé. No tenia tiempo que perder, no podía ir así, luego de entregar el trabajo debía ir a otro lugar. Maldiciendo, entré veloz a la habitación y me cambie. Cinco minutos después estaba en el paradero esperando el bus.

Pasaban todas las líneas de la zona, menos la que me llevaba. La gente tal vez noto mi nerviosismo (no era difícil, con los gestos que hacía) pues se alejaron a un extremo. Por fin pude divisar el bus que venía… venía, se detuvo. Se detuvo obviamente donde mas gente había, corriendo fui pero no pude entrar, el bus estaba lleno. Colérico despedí un golpe contra un panel publicitario. Otro bus de la misma línea se aproximo y paso de frente, estaba lleno. Era inútil, tardaría media hora en hallar un bus con espacio para ir. La única alternativa que me quedaba era ir al paradero anterior, antes que el resto de gente colme la capacidad del vehiculo.

Al faltar poco para llegar vi esas cintas amarillas y conos naranjas que se colocan en lugares peligrosos, una tubería principal que pasaba por aquel paradero estaba en reparación y el paradero fue deshabilitado. Tendría que regresar o ir al que estaba una cuadra más allá. A paso rápido avance entre los bloques de asfalto roto. Pocos metros delante de mí, una señora mayor se abría camino de la misma manera, traía un bolso pequeño y lleno. El mismo bolso capturo la atención de un sujeto que se encontraba cerca. Percatándome que un robo sucedería, trate de rodear el lugar por otra dirección. El sujeto se aproximo como cualquier transeúnte, estando cerca se lanzo contra el bolso y de un tirón la saco del hombro. La señora en una rápida reacción giro y agarro el bolso por la correa, forcejeando. Sin siquiera voltear, el tipo empujo a la señora con un brusco movimiento del brazo y emprendió la huida. La mujer producto del empuje cayó a un agujero de poca altura, lanzaba unos gritos potentes, quede congelado. El bus pasó delante, casi lleno. Tenia el reloj atacándome, debía entregar el trabajo e ir luego al otro lugar. Y los gritos…los gritos. Fingí no oír avance, con los puños apretados, con la mirada perdida en el paradero.

- ¡Ayúdenme, mi hijo!

Aquel grito me detuvo. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué esa actitud egoísta? No provoque la caída no el robo, pero estaba ahí. Vi lo sucedido. Podía auxiliarla. El tiempo, perdería la última oportunidad de entregar el trabajo.

- Tranquilícese, la ayudare.
- Con cuidado por favor, creo que me torcí la columna y llevo un niño de tres meses.

Fue la respuesta a la situación. Dejando a un lado la mochila, baje y ayude a la mujer a ponerse en una posición que no agravara su estado. Tenia razón, se había lastimado la espalda, así no podría sacarla sin empeorar el traumatismo.

- Respire profundo y espere un momento, iré por ayuda.

Olvidando mis cosas corrí hasta el paradero golpeándome con las ramas de los jardincitos de la cuadra. Llegué, vi el autobús… la gente abordando…

- Sujétale las piernas con cuidado.
- No se preocupe, señora, ahora mismo la sacaremos hemos llamado a una ambulancia, no debe tardar en llegar.
- Gracias jóvenes, gracias. No quiero perder este niño. ¡Y a mi edad! Es un milagro estar gestando.

La echamos en una banca del paradero. No mucho tiempo después la sirena de la carro medico hizo su anuncio. Y ahí iba…iba. El vehiculo se perdió de prisa en una esquina. Yo, con la ropa llena de tierra, húmeda. Tomé la mochila y fui al paradero siguiente.


jueves, marzo 26, 2009

La Muralla (pt. 4)


Los primeros rayos del sol asomaron tímidos, hacían ver a la montaña aun más grande. Las alturas de la muralla cubiertas por nubes, como ayer, como probablemente hayan estado siempre. Tal vez no solo la muralla permanezca así, tal vez todo siempre haya sido de esa manera, un panorama agreste, un tramo más en el gran puente de la vida ordinaria que lleva al “premio”, una amenaza constante de avanzar o caer.

El hombre que cayó se había marchado, por las huellas concluí que había abandonado la carrera y regresaba a su vida “normal”. Un sobreviviente, o quizás como sugirió el anciano, un hombre muerto, sin sueños. Aun ahora me pregunto si aquel hombre tomo una respuesta acertada, al fin de cuentas estaba siguiendo un camino… de regreso.

Y las pisadas empezaban a sentirse mas fuertes, el sol ya daba media cara al cielo, hombres, mujeres, soñadores, locos y desesperados reanudaron el camino. Por doquier se sentía el mismo olor a esperanza roída, yo también debía comenzar.

- Veo que has despertado, el que estaba aquí se fue hace poco.
- Sí, me di cuenta… ¿intentó subir antes de irse?
- Ni siquiera miró para allá.
- Entonces tengo la pista libre.

Decidido, me puse de pie, tuve el desafío frente a mí. Ahí, él, con su colosal tamaño, su áspera superficie, su dureza agresiva. Respiro. Con paso firme la distancia se acortó. Llegué. Apoyándome en las salientes comencé a trepar. La arena y el polvo volvían los ladrillos resbalosos al inicio, mas arriba esta suciedad disminuía hasta desaparecer. Iba bien…pero apareció el cansancio. Un ardor el interior de los brazos y piernas fue acentuándose. Tuve que desistir y comenzar a bajar antes de caer fatigado.

- Buen intento.

El coraje hizo su aparición. Cogí una piedra del suelo y la arroje contra el muro, repetí la operación varia veces más para apaciguar la rabia.

- ¡Basura! ¡Maldita seas!
- Solo hiciste un intento.
- Lo sé, lo siento. Me dio rabia, ya pasará.
- No todo es malo, regresaste en una sola pieza.
- Es inmensa la altura…
- Los obstáculos consisten en eso, hacer el camino difícil, no imposible.

Era cierto. Tenia la idea segura de que se podía pasar. Y encontraría la forma de hacerlo.
- Al llegar a oídos necios las cosas mas simples se tornan complicadas.
- ¿Qué hicieron los pudieron pasar para hacerlo?
- Eso debes descubrirlo.

Analicé el muro por todos los ángulos. Note algo que no había visto antes. Una ligera pero profunda grieta se dibujaba oculta por la sombra. Le di un golpe y sentí un débil eco.

- Repito la pregunta, ¿sabes a dónde va esa gente?
- Buscan su destino… su final del camino.
- Entonces lo que necesitan para encontrarlo es…
- Buscar, buscar, buscar – Repetía mientas arrojaba una piedra contra la minúscula abertura.
- Confía en que puedes hacerlo y lo harás.
- Confío en que cruzare – decía vagamente…
- Recuerda no apresurarte, piensa las cosas, abre los ojos. La unión hace la fuerza.

“la unión hace la fuerza”. Otra piedra contra el muro, otro débil eco del interior y la gente esquivándolo, lejos y solitaria. “La unión hace la fuerza”. ¡Eso era! Todo el recorrido vi gente caminar sola, a lo muco en pequeños grupos apartados. El par de hombres que llego el día anterior se separo, cada uno por su camino. Por eso no pasaron. El anciano había revelado la clave.

- Para pasar el muro, la clave es la unión, ¿verdad?
- Puede ser.
- Nada de puede ser. Todos los que deben haber intentado pasar no han de haber estado unidos, por eso la derrota – mi corazón comenzó a latir con rapidez.
- ¿Entonces?
- Solo hace falta…

Estaba entusiasmado, mire alrededor, a lo lejos descansaba el cadáver de un árbol. ¡Un ariete! Solo necesitaba gente, necesitaba conseguir la unión.

- Apuesto que pasare antes que caiga la noche.
- ¿De verdad apostarías?
- ¿Por qué no? Tengo un buen plan
- Entonces hazlo.
- ¿Apostarías?
- ¿Qué ofreces?
- Tengo…esto – saque la piedrecilla transparente.
- Bueno, tengo una brújula en mi bolsa.
- Perfecto, la necesitare en las montañas.

Un apretón de manos y quedo establecida la apuesta. Ahí venia un hombre. Como lo esperaba, se detuvo y contemplo la magnificencia de los ladrillos.

- Hola.
- Ah, hola.
- Es difícil cruzar esto; pero sé que se puede.
- Claro que si – se acercó para examinar – se puede trepar.
- Inténtalo.

Y el hombre comenzó a ascender… incluso por sobre donde yo había llegado. A los minutos bajó cansado.

- Carajo.
- También lo intenté.
- No pareces un tipo fuerte – me miró con un gesto despectivo – solo necesito calentar y verás que subiré.
- Bueno…

Inició el asenso. Mientras subía se acercaron tres jóvenes, apenas superando la pubertad, se detuvieron a observar.

- ¿Qué diablos hace? – dijo uno.
- No intentara subir para pasar, ¿o sí? – dijo el otro.
- Eso mismo hace – respondí.
- ¿Es inmenso, se puede pasar?
- Se puede, pero pienso hacerlo en otra forma.
- ¿Cómo? – dijo el tercero.
- Mira – señalé la sombra donde se hallaba la grieta – es un punto débil, se puede atacar.
- ¿Atacar?
- Sí, con eso, será para golpear.
- Bromeas, ¿cierto? Ese tronco debe pesar bastante.
- No lo haré solo.
- ¿Entonces?
- Si desean únanse, lo conseguiremos.

Quedaron indecisos, al poco tiempo bajó el hombre aun mas cansado. Tuve que hablar por un tiempo y logre convencerlos.

- Harán falta más – observó el hombre moreno que subió antes.
- Sí, ustedes dos quédense para conseguir mas gente, nosotros traeremos el tronco.

Fuimos hacia donde se hallaba el gran madero. Intentamos moverlo pero fue en vano. Era bastante pesado, con el tiempo que debió hacer estado ahí… parecía petrificado. Y era perfecto para derribar cualquier muro.

- ¡Diablos! No creí que fuera tan pesado.
- Esperemos hasta ser más y lo llevaremos.

Pasaron algunas horas y aumentamos. Siendo más de veinte, llevamos el tronco hasta el muro,
el sol era fuerte. Medio día.

- Luego de este descanso podremos conseguirlo.
- Luces convencido, muchacho.
- Si, pudimos con ese tronco que pesa como roca, es tan duro que hará polvo a los padrillos.
- No estaría tan seguro.
- Buen intento, pero no me desanimare, la brújula irá conmigo. – reímos.

Al disminuir el potente brillo solar ocultándose tras nubes, comenzamos con la labor. Formados en dos hileras, cargamos el pesado tronco.

- Bien, a al cuenta de tres – miré a desafiante a la grieta – uno…dos… ¡tres! ¡Ahora!

Nuestros pies rápidos movilizaron el arma, el viento corrió contra las caras, golpe. Un potente choque se produjo, el resultado no fue el esperado. Tal impacto se prolongó por el cuerpo pétreo y luego por nuestros brazos, hasta sacudir todos los huesos.

- ¡Solo fue el primer intento, hay que repetir!
- Esta bien, no esperábamos que caiga a la primera.
- Tiene razón, tomemos vuelo.
- Esta vez si dará resultado.

Animándonos unos a otros repetimos el procedimiento y el resultado fue el mismo. Luego de descomunal sonido el tronco rebotaba, impulsado por una fuerza contraria al choque.

- ¡Joder! Es un muro muy grueso.
- No caerá con dos ni tres golpes.
- ¡Continuemos!
- ¡A darle!

Y los golpes repetíanse. Nuevo golpe, nuevo rebote, nuevo temblor en los brazos.

- Esto es muy cansado.
- A este paso perderemos primero los brazos.
- Tengo una idea – dijo una joven de cabellos rizados y claros – necesitamos cuerdas.
- ¿Para qué? – pregunto un hombre de barbas.
- Las ataremos al ariete, para impulsarlo tiraremos de las cuerdas, así el impacto no nos hará daño. El ariete regresa, impulsamos de nuevo las cuerdas y nuevo golpe. No nos cansaremos tan rápido.

A todos nos pareció una excelente idea. El problema era encontrar las cuerdas.

- Improvisaremos, podemos usar las correas uniéndolas.
- También tenemos la ropa.
- Por ahí hay algo de cortezas, tal vez tengan fibras.
- ¡Reúnan cuanto puedan!

Así comenzó una curiosa empresa formadora de cuerdas. El anciano que observaba todo desde su asiento nos arrojo unas sogas que tenia entre su montón de cosas.

- Quizás esto les sirva.
- Gracias, colaboras con tu derrota – reí.

En no más de media hora el tronco se hallo atado a sus ondeantes brazos. Tiras de cuerdas, cinturones, ropa anudada y demás conformaban nuestro mejorado artefacto de demolición.

- Debo admitir que esto al inicio no nos entusiasmó – dijo uno por ahí.

Mientras asegurábamos las ‘cuerdas’ una veintena de personas se nos unieron, ahora éramos casi medio centenar armados contra la barrera

- Hagámoslo, – respiré hondo – bien, correremos hasta llegar y dejaremos que el ariete choque, cuando regrese correremos en reversa y luego daremos otro ataque. – las voces afirmativas inundaron el aire caliente que respirábamos. – perfecto. A mi cuenta… uno… dos…tres. ¡Ahora!

Como una manada salvaje corrimos y golpeamos el muro
una y otra vez. “¡Otra vez!” Nubes de polvo se elevaban y nos envolvían. “¡Otra vez!” Potentes ecos retumbaban contra nuestro cabello “¡Una vez más!” ya ni veíamos entre tanto movimiento de cuerpos y tierra. “¡Ahora!” de a pocos fueron cayendo algunos que no mantenían el discordante ritmo del ataque. “¡Con fuerza!” Y los brazos tensos del ariete se disolvieron…“¡Ahora, ahora, ahora!”

El ruido se detuvo. Las nubes polvorientas se disolvieron, escombros, roca hecha pedacitos, estaban esparcidos por la tierra. Con la mayor felicidad del mundo nos acercamos para ver la entrada abierta.

Un dolor frío dio vueltas mi estómago. Ante las huellas descasaban los fragmentos de ladrillo. La muralla atrás, herida en su primera capa. Ultrajamos si revestidura de ladrillos, detrás una masa plana nos encaraba…intacta.

- Granito… ¡granito!
- ¿Qué?
- ¿Cómo puede ser?
- ¡Maldición!

Las maldiciones y protestas se alzaron. Rabia, rabia se apodero de mí. Maldijeron y se marcharon tras escupir que solo desperdiciaron su tiempo. Pasado el desastre apenas siete cuerpos miraban la cara de su derrota.

- No ganas nada enfrascando esa cólera, muchacho.
- ¿Qué demonios quieres que haga?
- Espíritus jóvenes, siempre tan enérgicos y rebeldes.
- No necesito un sermón. – escupí una saliva espesa.

Derrota. El sabor amargo de la derrota un año atrás la probé en grande. Esto era como poner el dedo en la herida abierta para alimentar el dolor. Se esa tarde hubiese tomado otra ruta, si hubiese pasado de frente, si hubiese salido cinco minutos antes… no quise recordarlo.

- Cálmate, estar furioso no re lleva a la victoria.
- Discúlpame, fui grosero. Pensé que… lo iba a lograr, era un buen plan…era un buen plan…era.
- Tu mismo lo has dicho, era un buen plan. Pero era solo eso: un plan. No te tomes la derrota tan a pecho. Hay varias formas de pelar una naranja.
- No se me ocurre nada. – miraba el ariete en el suelo. El también había sido derrotado.
- Si deseas que me quede con la brújula y tu piedrecilla…
- ¡Esta bien! El sol aun no ha caído, ya se me ocurrirá algo.

lunes, marzo 23, 2009

La Muralla (pt. 3)

Golpe seco.

- Pobre hombre.
- ¿Que paso?

Desperté de mi soliloquio y me di cuenta. El fatigado cuerpo del escalador se hallaba en la arena dura del suelo. Lenta y dolorosamente se sentó apoyado en el muro que lo derroto y se quedo dormido.

- Iré a ver si se encuentra bien
- No creo que te preste atención.

Me acerque y le di unos empujones, no reaccionaba. Respiraba pero se hallaba profundamente dormido. Tras hablarle y gritarle sin conseguir que despierte lo arrastre cerca del fuego para que se pueda recuperar.

- Obras bien, muchacho, no te desilusiones si luego no te lo agradece.
- No importa, no esperaba que lo hiciera.
- ¿Aun quieres cruzar?
- Sí – tenía una gran duda sobre como lo haría.

Los grillos en la lejanía parecían estallar en tristes y solitarios llamados. Recordé un accidente que sufrí tiempo atrás. Iba caminando por una carretera fuera de la ciudad, entre una ligera neblina, hacía frío y me encontraba débil. La razón: Salí con unos amigos a acampar en un valle cercano, las cosas se nos complicaron, nos quedaba poca comida, las bolsas de dormir se arruinaron con la humedad y uno de ellos enfermo al comer una fruta silvestre. Como era muy tarde para regresar preferimos quedarnos una noche mas; había salido a buscar leños para la fogata que apenas pudimos armar. La carretera era de tierra y poco o ningún vehiculo pasaría por esa zona, de vez en cuando se escuchaban ruidos a lo lejos como de cascos.

Pasada una hora encontré un par de niños que llevaban consigo una mula y en la mula, leña. Pedí
que me diesen un poco, hasta ofrecí comprar e intercambiar mis guantes. Ellos no me comprendieron, pues hablaban otra lengua que desconocí en todo sentido. Con las manos señale la carga e indique la dirección por la cual había venido. Intercambiaron palabras, hablar con ellos era inútil. Entregue a uno de ellos el par de guantes y me aproxime al animal para sustraer un poco de la madera seca, ambos gritaron enojados al creerme un ladrón (supongo). No podía dejarlos ir, eran las primeras personas que vi en todo el viaje, me arrodille y utilice todos los medios para hacerles saber que necesitaba los leños. Esta vez comprendieron de qué trataba de hablar, pues señalaron una entrada fuera de la carretera y pronunciaron que ni remotamente pude descifrar.

Fui por donde me habían indicado y me encontré con un tupido bosque, las ramas en el suelo eran muy húmedas, no servirían para nada. Me adentre más y más hasta llegar a un claro donde por fin pude hallar lo que buscaba. Recogí cuanto pude y me dispuse a regresar. No bien di cinco o seis pasos escuche que algo se movía atrás de mí. Giré y en la negrura de las plantas no vi nada. El ruido de hojas y ramas quebrándose se repitió. Tuve miedo y me aleje caminando rápido. Pero a los pocos metros volví a escuchar el ruido, esta vez provenía de adelante. Cambie de rumbo. No se cuanto habré retorcido mi camino, huyendo del desconocido barullo me halle perdido. Trate en vano de orientarme, finalmente resbale por un barranco. Caí sobre pequeñas rocas, la linterna se arruino. Sentí humedad en la pierna izquierda. Toqué mi cuerpo en la oscuridad y lo descubrí: una rama, posiblemente de la leña que cargaba, se me había incrustado en el muslo. No sentí dolor. Seguí examinándome, la herida no era muy grande, reparé en arrancármela. Conteniendo la respiración di un tirón y la saqué de mi cuerpo. Esta vez si invadió un dolor descomunal y la sangre brotó a mayores proporciones. Presionándome el muslo para contener la hemorragia perdí el conocimiento.

Al despertar me hallaba en un recinto que parecía una cabaña. Tenía mucho frío y la pierna adormecida en su totalidad. Un hombre de facciones duras mojaba unos trapos en un líquido humeante. Al verme despierto habló. Quizás hizo preguntas, no pude entenderlo. Solo atiné a levantar la mano y llevármela de la boca a la garganta con un gesto de cansancio. Entendió que tenía sed, dijo algo hacía el interior de la habitación y colocó uno de los trapos en mi frente. Olores a hiervas inundaron el ambiente… se acerco uno de los niños que encontré, portando una vasija con alguna especie de té. Bebí un poco, miré el techo de hojas de palma y palos, y las sombras, las sombras… danzarinas, moviéndose inducidas por las flamas anaranjadas de la vela.


Oí voces, algo comentaban mis hospederos. Al mirarlos me miraron. El adulto volvió a hablarme indicando mi pierna y haciendo gestos como de animal. Terminando su mensaje se retiro dejándome con el niño. Éste se aproximo. Hice un gran esfuerzo y sonreí, respondió la sonrisa. Con los ojos señale la vasija de té. Me la alcanzó y pude apagar el ardor de la garganta. Algo entro a mi boca con el líquido, lo saqué y tuve en mis dedos una pequeña piedrecilla transparente como cuarzo. El niño la tomo y hablo señalando la tierra y el techo (quizás en esto ultimo se refería al cielo), luego me la regreso a la mano y la cerro.

Asumí el gesto como un regalo. Introduje la otra mano bajo la camisa y saque una medallita de plata. Se la entregué como agradecimiento. Seguido, reapareció el hombre con otra vasija, miro la medalla y sonrió. Levante un poco el cuerpo bebí el nuevo brebaje, era diferente al anterior. Al terminarlo sentí desvanecerme y en un instante quede dormido.

Desperté en el claro, cerca de la carretera. Me sentía muy bien, la herida de la pierna estaba cuidadosamente envuelta y las fuerzas habían vuelto. Busqué por las cercanías, mas no encontré rastro de las personas que me auxiliaron ni ningún vestigio de actividad. Intrigado regresé a donde se hallaba mi campamento. Cuando estuve ahí los encontré despiertos.

- ¿Dónde estuviste?
- Fui por la carretera y… – les conté lo ocurrido.
- Estábamos preocupados al no verte llegar. A eso de la media noche apareció un niño con una bestia de carga, traía tus guantes… nos dejo ese atado de leña. Tampoco pudimos entender que decía.
- ¿Viste por donde se fue?
- No vimos. Se acercó a la tienda, cuando vio al enfermo saco como una botella de cuero y le dio de tomar una cosa. Nosotros armamos la fogata, para cuando nos dimos cuenta ya se había marchado con su animal.

Nunca supe quiénes fueron aquellas personas, qué produjo los ruidos, ni como supieron encontrarnos o que eran esas aguas extrañas. Tampoco pudimos darles las gracias, solo supimos que había ocurrido y que sin ellos hubiera sido otro el desenlace de aquella noche.
No supe quiénes eran…’ Es común aquella frase en la gente. Podemos encontrar ayuda en cualquier lugar y ni saber quien la esta brindando.

- No se me había pasado por la cabeza antes… ¿quién eres?
- ¿Quién soy?... Hay tantas respuestas para esa simple pregunta. Dejémoslo en que fui tambien alguien que caminó por aquí.
- ¿Te detuvo la muralla?
- En su tiempo, sí.
- ¿Eso significa que lograste pasar... o te rendiste?
- Intenté muchas cosas y obtuve sus respectivos resultados.
- ¿…? – hice un gesto interrogativo.
- Todo a su tiempo, muchacho, todo a su tiempo. – y largo una pequeña y alegre risa.

sábado, marzo 21, 2009

La Muralla (pt. 2)

Miré los ladrillos grises que sobresalían del resto. Eran como peldaños para escalar que se perdían en las alturas. Quien sabe si en verdad se podría escalar en su totalidad, ni siquiera había la seguridad de que hubiese peldaños del otro lado para poder bajar. Dos hombres llegaron hasta el muro.

- ¿Y ahora que? – dijo uno de ellos.
- Este está cerrado, vayamos por acá. – respondió el otro.
- Creo que…no, es bastante firme. Intentare subir.
- ¿de que hablas? Mira el tamaño de esta cosa, no hay ni un agujero por el cual pasar y pretendes subir.
- Subiré.
- No digas tonterías, iremos por acá. Se hace tarde
- ¿le temes a las alturas? No, tú ve por ahí. Yo intentare escalar y seguiré el camino del otro lado
- Bien, ¿y que harás si no puedes pasar?
- Te alcanzo…

Uno de ellos continuo su polvoriento andar y el otro se alisto para escalar, con un gran respiro se asió a la pared y uno a uno fue subiendo los salientes. Sentí que en el cielo se dibujaba una canción rasgada, unos azules profundos invadidos por el naranja moribundo del atardecer. El día se haría oscuro, débiles lámparas se encendían a lo lejos. Algunos paraban para descansar y otros se aventuraban a oscuras por el sendero. El frío dio dos pasos al frente y en un lento abrazo congeló el poco aliento que emanaba mi boca. Tomé de mis bolsillos una caja de fósforos y algunos papeles viejos para formar fuego con una de esas bolas de ramas secas y retorcidas entre la tierra. No sabía bien si iba a obtener calor con ello; pero al menos serviría para iluminarme.

- Así que pasaras la noche aquí. – dijo el anciano sentándose en su roca.
- No será mucho tiempo, solo es para descansar.
- ¿Y luego?

Debo admitir que no sabia que responder, no tenia en claro que debía hacer,…el camino,…la muralla,…la montaña. Siempre fui de las personas que tenían un objetivo pero improvisaban el método para conseguirlo.

- Luego... no estoy seguro. Creo que intentare subir o sino… podría intentar otra cosa para pasar.
- Entonces tu camino está tras ese muro y no como el de otros que caminan por allá ante la imposibilidad de pasar. – dio una leve sonrisa.
- No tengo trazado un trayecto exacto, solo tengo que llegar.
- ¿A dónde?
- A… el destino… algún lugar donde podamos ser plenos… descansar de tanto caminar, buscar nuestra recompensa.
- Cada hombre tiene dentro de sí lo necesario para caminar por su sendero, y cuando no hay ninguno para seguir es cuando las fuerzas en verdad se utilizan… para crear uno nuevo.

Observaba al hombre que comenzaba a subir, aforrándose a los ladrillos, subía…subía…subía. Arriba era oscuro, tal vez ni se notasen donde estaban las salientes, era una carrera sobre una pista fantasma. Recordaba, en las pequeñas flamas de la fogata, que mis pasos eran como los de aquel hombre: ciegos. Tenía una vida como la de cualquier persona, tranquila, con emociones, victorias, lágrimas, historias…y así me sentía vacío. Ese vacío que todos sienten y muchos ocultan. “Son cosas que a veces se siente y no tardan en pasar”. Lo mío es que ‘eso’ no pasaba, se quedaba ahí atascado. Y ahora estaba aquí justo por eso. Me sentía vacío desde hace mucho y estaba abrumado con la idea de que aquello no se remediaría. Desesperado recorría todo lo que tenia al alcance, intentaba cosas nuevas, rescataba cosas viejas… pero era inútil. No era todo en vano, claro; me llene de esos pequeños recuerdos que nos traen tranquilidad en bajas dosis.

Cuando la lluvia resbala en los cristales, éstas se
acumulan y forman diminutas corrientes que van perdiéndose hasta terminar en algún lugar. Tal vez un error, tal vez un acierto… terminé tomando el caso de la lluvia en la vida de las personas. Como si fuéramos esas gotas, formándonos tranquilas arriba, sin perturbaciones, y de pronto llega el caos, los choques… se origina una lluvia de seres desesperados encaminados a una caída confirmada. Agrupados, sus cuerpos se arrastran maltrechos a una infinidad de otros que también cayeron y parecen seguir un único propósito…un lejano lugar. Soy como esa gente, esas gotas y debo ir a ese lugar… mi lugar.

Nuevos planes, nuevos fracasos, intentar conseguir el repuesto o el sustituto para el vacío interno y prepararse para mas y mas intentos sin éxito. ¿Por qué? ¿Por qué me era tan difícil solucionar el maldito problema? ¿Sería el único cargándolo encima? ¿Alguien habrá podido librarse de tal tormento?

Un segundo en miles. Huellas sobre la arena borradas con cada ola. Y el mar… el mar. El mar. Eso era, el mar. Todas las gotas tarde o temprano irían a parar a los grandes dominios del mar. ¿Cómo no lo había pensado antes? Ya era abrumador. Estaba volviéndome loco, la cabeza me daba vueltas, los brazos iban en todas direcciones lanzando piedras, arena y cuanto encontraba. Furioso, alegre, desesperado. Tal vez por el ataque nervioso o por el cansancio de aquella kinesis, caí de bruces en la arena, sediento, mareado… parecían pasos acercarse. Unos golpes mudos a mi alrededor, unas voces opacas que se acercaban y volvían a alejarse… Di la vuelta, en lo que parecía una entrada en las aguas se formaba un canal, una abertura hacia unas fauces de bordes oscuros… con un interior luminoso.

Incorporándome lentamente me acerque y, para sorpresa de mis ojos, una multitud de gente se adentraba a ese pasaje monstruoso, no lo pensé mucho y me uní. Era aquel el inicio del gran camino, la puerta de salida de la vida sin sentido, el boleto para ir en busca de eso que llenada el vacío. Pasando días y días caminando y sorteando barreras había llegado hasta aquí: la muralla. Y la seguía observando. El hombre que la estuvo escalando ya se había perdido en la oscuridad de la noche.

- ¿Es seguro que alguien suba en esta oscuridad? – dije.
- Es seguro seguir un camino cuando sabes a dónde vas.
- ¿Alguien ha muerto aquí?
- Morir… habría primero que saber que significa morir. Las personas persiguen sueños, quien no tenga alguno es por que ya esta muerto.
- Entiendo.

Las respuestas del anciano no eran no que a aun viajero tranquilizarían o lo que a mi me resolvieran las dudas. Estaban llenas de una extraña y simple sabiduría, una enredadera sencilla y complicada de liberar.

- ¿Cuántos han caído desde ahí? – señale las alturas dónde se perdían los ladrillos.
- Muchos de los que intentaron subir
- Muchos no es lo mismo que todos, eso significa que pocos si pudieron pasar.
- Si y no, ya te dije, muy pocos han pasado; los que no cayeron bajaron a tiempo.
- Quiero pasar esa muralla.
- ¿Es en serio?
- Sí. – Me sentía seguro por primera vez en mucho tiempo. Alguna fuerza invisible me impulsaba a querer superar el obstáculo. La misma fuerza que ya me había traído hasta aquí.
- ¿Tu camino esta ahí atrás o es por puro capricho?
- No importa la razón, quiero hacerlo.
- Hay mucho que debes tener en cuenta.
- ¿Cómo que?
- Lo descubrirás.

El fuego empobrecía, debía alimentarlo o pasar a oscuras lo que restase de la noche. La permanencia en el camino era así de simple. No habían pueblos ni casas, solo pequeños campamentos de quienes descansaban tras horas de largo caminar. A la mañana todos continuaban o regresaban acabados por la sed, el hambre y el cansancio. Al parecer no había tiempo ni siquiera para actos de buen samaritano; hechos unas piltrafas se arrastraban los pobres que no soportaban la travesía. Nunca vi un cadáver, es lo cierto, pero si algunas bestias que podían sugerir un destino para esos cuerpos que perdían la vida a pedazos.

miércoles, marzo 18, 2009

La Muralla (pt. 1)

Ya los días que pasaban eran amontonados en las hojas de calendarios mugrientos de la pared. Ahí, en las paredes, paredes carcomidas por la humedad, azotadas por el polvo, agrietadas con el paso de la gente. Por que cada cosa que viene no esta sola, como solían decir “las ratas traen cola”, y esta tenía una muy larga. Al caminar día a día entre estos cuadros irreales que nos trae la ‘realidad’ del mundo, se nos forman esas ganas de romper el papel impregnado de ‘verdades’ sin pies ni cabeza, despedazar cada letra y calcinar la mano que las destila. Pero luego volteamos hacia la ventana que muestra el ‘podemos’ y el ‘no podemos’, es entonces que comprendemos una de los tantos detalles del mundo: estando solos movemos una piedra, pero para una montaña hace falta más de uno.

¿Qué hacer cuando un deseo parece truncado? Incapaz de saciar esa sed, el cuerpo se arrastra golpeado, sin dolor, pero golpeado y maltrecho de todas formas… y vive, respira. En este punto tomemos un descanso, analicemos las líneas: Ha pasado mucho tiempo y las cosas se ven gastadas, cambian. El coraje, sea rabia o sea valor, nos empuja a desafiar ese muro. Mas nos damos cuenta de la grandeza enemiga y antes de comenzar la batalla parece dibujarse la sonrisa maliciosa de la derrota.

Joder.

Momento, sigamos en este punto. Hay un camino que he venido recorriendo, un muro me impide continuar. Es un muro casi indestructible y no tengo herramientas para derribarlo más que mis manos. Golpear es inútil, escalar…es muy alto, la caída mataría a cualquiera.

Sonidos al viento que raspan la roca y la vuelven arena, arena que danza a la caída y girando se pierde tras el muro. El muro… ¿Que hay tras el muro, parte del camino? Es curioso, si sigo el camino derecho choco contra esa mole d ladrillos, pero el camino se divide y va por un costado, como rodeando la inmensidad de la muralla. Tal vez…tal vez lleguen al mismo destino. Y la gente pasa con pies cansados, sus rostros mortecinos opacan la luz de un pálido sol que se oculta tras una montaña… ¿montaña?

- Sí, tras ese muro hay una montaña, la primera de una larga cordillera de tropiezos y desgracias.

Mi rostro giro hacia el extremo de unos arbustos secos. Sobre unas polvorientas rocas se hallaba un anciano cubierto con un manto tan sucio que se podía mimetizar con el ambiente, era por eso que antes no había notado su presencia.

- ¿Cómo pudo saber lo que pensé?- estaba extrañado, no asustado, pero si confundido.
- No leo la mente si es lo que crees, vi tu expresión al notar la montaña. ¿Sabes? Muy pocas personas la han notado. Mira a todos los que pasan por aquí, no son muchas, pero tampoco son pocas, sin embargo van todos solos, agachados…en silencio.
- Cada uno carga con sus cosas, es un largo camino hasta que sabe donde no podemos detenernos solo para ver una montaña.

En ese instante en anciano alzo el rostro y pude verlo. Tenia la apariencia de esos profetas ermitaños, harapiento, barbas largas y albinas, la piel estaba habitada por arrugas que tras incontables años aumentaron su población. Y sus ojos…eran poco comunes, tenían un color tan claro como la aguamarina y reflejaban una inmensa tranquilidad. No se veía su pupila, por un instante creí que era ciego, pero recordé que menciono haber visto mi expresión.

- ¿Sabes a donde va toda esa gente?
- No sabemos bien, nacemos con la misión de ir a algún lugar por que ahí nos espera algo. No todos emprenden el camino, la mayoría se quedan atrapados en esa vida sin vida; otros tuvimos la suerte de abrir los ojos y estamos aquí, recorriendo esta tierra en busca de nuestro destino. Para encontrar algo se necesita una cosa: buscar.

El anciano quedo un momento en silencio y giro hacia la montaña y luego se puso de pie. Se dirigió hacia donde yo estaba.

- No pareces uno más de aquellos que pasan por aquí. Casi todos llega hasta este punto y al ver la muralla siguen por el otro camino, algunos están tan cansados y prefieren regresar por donde vinieron, pocos intentan derribar o escalar esta pared, pero casi nadie ve que atrás hay una montaña que les dará aun mas trabajo para llegar a su fin. Esos últimos están por tomar una importante decisión: ‘¿ahora por donde ir?
- Creo que esa pregunta se la hacen todos
- Todos no, pero si la mayoría. La diferencia esta en el número de alternativas. Los que no se hacen la pregunta siguen pasos ciegos, andando por voluntad de sus piernas. – se detuvo y volteo hacia un lado del camino – Mira, una persona se ha detenido ante el obstáculo.

Era una muchacha delgada de ropas oscuras que miraba atónita la inmensidad del desafío. Se acerco a los ladrillos y les dio un leve golpe, sabía desde antes que ni unos romanos con arietes desplomarían eso. A su derecha se detuvo un niño, que también se admiro con el bloque, segundos después llego la madre del niño.

- Vamos, hay que seguir, – dijo la mujer tomando a la criatura por la mano – cuando lleguemos podremos descansar.
- ¿Porque no podemos descansar acá? – pregunto el pequeño con voz agonizante.
- Es mejor descansar allá o nos demoraremos mucho y nunca llegaremos.
- Mami... ¿y esa chica?, ¿nunca llegara? – pregunto señalando a la joven.
- ¡Hey muchacha! ¿No seguirás tu camino?
- ¿Disculpe? – dijo tímida la joven.
- Que si no seguirás tu camino, esa muralla no se puede cruzar pero por aquí es por donde continúa la gente, por eso el camino se divide en dos.
- ¿Cree que lleguen al mismo sitio?
- No se, pero lo que si se es que por aquí es el único lugar por donde se puede ir, no veo que hayan abierto esta muralla por ningún lado y subirla podría ser mortal.
- ...tiene razón… - dijo algo desalentada – de todas formas creo que nadie se esfuerza por cruzarla.
- Es que de seguro todos van por este otro camino por el que también iré con mi hijo, anda acompáñanos.

Y las tres siluetas se perdían entre dunas y el borroso contorno de la tierra.

- ¿Viste? – pregunto el anciano – Pasa a menudo. Ellos siguieron por el camino de allá como lo hacen muchos y eso no esta mal, más adelante se divide en más y más caminos.